Hoy han cambiado la hora y parece que regalan tiempo.
Una nube blanca, como un rollo de algodón, desciende empujada por la Tramontana hacia los pueblos de la Albera, cerca del mar. Las viñas que los rodean tienen un color amarillo rojizo y todo huele a vino.
Subiendo hacia poniente, bajo los castaños, hayas y pinares nos sorprende un estallido de colores, rumorea el agua, huele a musgo y a hojas muertas . Al bajar entre alcornocales resbalas por los senderos cubiertos de bellotas.
Ha llovido poco y no hay setas, como aperitivo podríamos freír unas alcachofas, cortadas muy finas con unas gotas de aceite y preparar una ensalada otoñal con higos, granadas, hoja de roble y rúcula para acompañar un conejo a la cazuela.
Hace años, en Octubre, viajamos a París por primera vez . Recuerdo el cálido encanto de los cafés de Saint-Germain, los largos paseos al atardecer por los bulevares, a orillas del Sena. La paz y el silencio de los Jardines de Luxemburgo roto por el crujir de las hojas secas al pisarlas. La luz, los colores de la noche frente a la torre Eiffel, descendiendo por los Campos Elíseos o en Montmartre al pie del Sacré-Coeur.
Pero lo que más me impresionó aquellos días fue el asombro y felicidad de tu cara, que perdía el bronceado oscuro y sensual del verano y tus mejillas se llenaban de esas pecas que tanto me gustan...
Pero lo que más me impresionó aquellos días fue el asombro y felicidad de tu cara, que perdía el bronceado oscuro y sensual del verano y tus mejillas se llenaban de esas pecas que tanto me gustan...
Oh! Me gustaría tanto que te acordases
de los días felices, cuando eramos amantes.
El tiempo en que la vida era más bella
y el sol calentaba más que hoy.
Las hojas muertas se recogen a paladas,
los recuerdos y los sentimientos también,
ya ves que no he olvidado...